sábado, 3 de noviembre de 2007

De la soledad de Uno a la comunión de los tres

El dogma y la reflexión en torno al dogma, son necesariamente dos dinámicas connaturales al quehacer del creyente. Se trata de un ejercicio obligado, con el cual se busca alcanzar la depuración cada vez mayor de una construcción más autentica y coherente entre la expresión de la fe y la verdad experimentada en la intimidad del corazón del que cree, tanto a nivel individual como social. El caso del cristiano no es la excepción, sobre todo frente a una de sus mayores profesiones de fe, como es el reconocer la naturaleza trinitaria de Dios.
Al respecto, se pone de manifiesto un proceso personal que cada cristiano debe realizar, en el cual se ve reflejado un camino de madurez de fe que va inicialmente desde las orientaciones recibidas junto a las oraciones y catequesis propias de las primeras etapas de la tierna infancia, en la cual el niño absorbe y asimila todo lo que escucha y que se le es ofrecido, y aunque sin estar mediado significativamente por la razón, va cimentando las bases para la adquisición de elementos que le permitirán insertarse en un contexto que hace uso de medios para expresar y celebrar la realidad de fe revelada en el corazón del creyente y en el de la comunidad. Posterior a ello, pasar por una etapa semejante a la adolescencia, en el que la razón critica y el cuestionamiento buscan su participación, y convierten al dogma y la tradición en objeto de su quehacer indispensable para finalmente llegar a una etapa de madurez. En esta ultima, con clara conciencia de la evolución, de la base primordial y de la participación de las construcciones de la tradición a través del tiempo, el creyente busca definir una posición en la que retoma y valora la historia como elemento fundamental en el trabajo reflexivo y actualizante de la revelación en el momento histórico presente de si mismo, de la iglesia y de la sociedad de su tiempo. Es evidente que la edad cronológica no siempre se equipara al proceso de evolución de la fe, sin embargo lo esencial está en el trasfondo que motiva la forma particular de expresar y vivenciar la propia fe.
De igual manera, así como se podría describir un proceso personal de fe, igualmente se podría pensar en un proceso social en la evolución de la fe, y no solamente se trataría de describir el paso del totemismo pasando por todas sus transformaciones hasta alcanzar el monoteísmo, sino mas específicamente ya dentro del cristianismo, un proceso semejante lleva al ser humano, desde su infancia hasta alcanzar la madurez. Lograr la realización de este objetivo, es tal vez el desafío al que hoy se enfrenta el creyente, el cual es interpelado no solamente por su realidad interior y su búsqueda incesante de respuestas y comprensión sino desde el entrono social que integra.
Dentro de este marco reflexivo, puede insertarse la construcción de sentido del dogma de la trinidad, semejante a otros procesos dentro de la dimensión religiosa en la vida del ser humano.
Partiendo de la experiencia vivida por la primera comunidad cristiana desde el contacto directo con Jesús de Nazaret y luego de la experiencia del resucitado de las primeras comunidades, se funda la base, para las posteriores construcciones y reflexiones teológicas, que obedecen a la expresión de la experiencia vivida, para luego en los siglos III y IV, determinar las doctrinas y conceptos que caracterizan dicha experiencia. Y ya para los siglos posteriores, interviene la tradición de la Iglesia, junto con una diversidad de interpretaciones que se ajustan a cada momento histórico. De esta manera el mensaje de la revelación y su interpretación hoy, obedecen a un proceso evolutivo, en el cual los hombres de cada momento participan de manera importante en el trabajo de actualización de las verdades de fe.
Desde la dinámica descrita anteriormente, uno de los elementos esenciales de la identidad trinitaria, se trata de la naturaleza relacional de la divinidad, es ésta la gran novedad revelada en el corazón del creyente, íntimamente ligada al momento en el que Jesús revela su relación filial con el Padre celestial. Y es tal la trascendencia de este reconocimiento, que se constituye en un punto de convergencia en la comprensión no solamente de Dios, sino de la naturaleza humana en su más intima esencia, así como la esencia de la sociedad. “…A IMAGEN Y SEMEJANZA LO CREO…” esta afirmación de carácter revelatorio, confirmaría el postulado anterior; afirmación que permite trascender en gran medida, las comprensiones que desde otras campos se ha intentado de la condición del ser humano, desde la filosofía, la ciencia, el arte, entre otros.
Es tal la dimensión de esta afirmación, que prácticamente se constituye en respuesta a grandes incógnitas a cerca de la naturaleza humana y respecto a su quehacer respecto a su entorno, es decir, el alcanzar comprender esta revelación en la intimidad humana, permitiría responder a los problemas que complejizan cada vez mas la situación mundial de las sociedades en su diferentes ámbitos.
Reconocer que Dios es ante todo, una relación interpersonal, y no solo una simple relación, sino un vínculo basado en la compresión, el reconocimiento amoroso del otro, la conformación intima de la unidad y la comunión, es reconocer que esta es la naturaleza de la condición humana, es descubrir su misión, es descubrir los parámetros a seguir para lograr encontrar el verdadero camino, es la única posibilidad de alcanzar la realización y plenificación existencial, es comprender que la salvación, no es solamente individual sino colectiva.
De esta manera, se ubica frente a la mirada humana, la única posibilidad de integración, transformación, es decir se trata de la posibilidad de construir en términos concretos el Reino de Dios en el corazón de los hombres, en relación mutua e intima. Es permitir el acontecer y fluido natural del espíritu de Dios en la vida de cada hombre y de cada mujer que acoge el ofrecimiento gratuito de Dios en su corazón.
Jesús Portilla