viernes, 2 de noviembre de 2007

Creemos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde la eternidad.

Para los creyentes ha sido de vital importancia pensar en la experiencia que se ha tenido de Dios. Hacer reflexión sobre ella para articularla, y sistematizarla en una doctrina que se denominó, doctrina de fe, credo de los apóstoles o credo nicenocostantinopolitano. Los apóstoles, los papas, los santos padres, en sus reuniones conciliares, obtuvieron avances progresivos los cuales son resultado de lo que hemos podido heredar, como contenido de la doctrina de la fe. Esto muy valioso para nosotros los cristianos católicos, que hoy, debemos seguir transmitiendo la fe. En la actualidad nosotros no alcanzamos a percibir la magnitud de las controversias que se originaron en aquellos tiempos, en lo que se creía, como se interpretaba, la creencia en Dios, Jesús, y el Espíritu Santo.
Más allá del creer o no creer, que pienso, lo tenían muy claro, resultaba difícil expresarlo en una doctrina coherente que no diera lugar a herejías, o por lo menos solucionara las controversias suscitadas. Y es que el Misterio de Dios no es fácil pensarlo, porque es meterse en un terreno dimensional que le compete solo a Dios, o es como dice el salmo “escudriñar la mente de Dios” luego a quién interesa, saber el origen de Dios, de su Hijo Jesús, de su Espíritu Santo, de saber su naturaleza? Veo que es muy osado realizar esto.
Sin embargo gracias a la filosofía que anda investigando, o indagando todo, se realizó esto, pues la influencia de los padres griegos no podía ser otra. Sin embargo hay que valorar que los resultados de dicha reflexión fueron muy coherentes y siempre muy oportunos, pues si es Dios el que da la inteligencia y el entendimiento del hombre, él mismo es quien ha producido la sabiduría que ha provenido de la mente de los padres conciliares. Encontramos como primer resultado del concilio de Nicea, al definición de la naturaleza del Hijo, es decir consustancial con el Padre, —permítaseme advertir, que esto es así no porque lo haya definido un concilio como Nicea, sino que por la fe en dicha revelación de Jesús, quien nos mostró al Padre, y nos permitió reconocerle gracias al Espíritu santo derramado en nuestros corazones, fue posible poder acceder a este conocimiento por la fe—; que es Dios de Dios porque ha existido siempre con él, que ha sido engendrado por el padre y no creado, como a las demás criaturas, porque él existía cuando Dios hizo el mundo. Es decir Jesús también es Dios, que ha coexistido con él.
Se puede decir que lo que ellos creían, escapaban a todo tipo de razonamiento al cual hubiesen llegado a elaborar posteriormente, pues su creencia, su fe era sincera y transparente. En todos los casos, en el mundo de la inmanencia habría que hacer todo tipo de claridad, para que la pureza de la fe, que ellos poseían se conservara intacta, y de la misma manera fuese transmitida, en la evangelización de los pueblos.
Creo que Nicea se convirtió en el testimonio de la Iglesia de la revelación de Jesús, profesada y transmitida, plasmada como palabra escrita, para asegurar con fidelidad el mandato de Jesús, de ir por todo el mundo y hacer discípulos suyos a todas las gentes bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo… (cf. Mt. 28, 1ss), e instruyéndola en todo cuanto él nos ha enseñado.
No obstante solucionado el problema de la divinidad de Jesús como Hijo de Dios con su misma naturaleza, aun para muchos padres queda en evidencia la procedencia y divinidad del Espíritu Santo. Por lo que fue necesario convocar otro concilio, es así como surge en el seno de la iglesia Constantinopla, quien definió la naturaleza del Espíritu Santo, que por él se encarnó Jesús, en el seno de la virgen María. Por consiguiente el Espíritu Santo es Señor y dador de vida que procede del Padre y del Hijo, y que con el Padre y el Hijo reciben una misma adoración y gloria.
Por ello esta afirmación dio en verdadero significado de la Trinidad y eliminó todo tipo de malentendido que ponía en evidencia el misterio trinitario y su configuración. Estos concilios permitieron asegurar la creencia en las tres personas consideradas y definidas de una vez por todas como diferentes de una misma naturaleza, y coexistencia desde siempre. Lo cual quedo teológicamente como dogma de fe en el interior de la iglesia. Quisiera a aclarar que al entender este misterio y definirlo como dogma, dogma no se refiere a un concepto estático, muerto del cual ya no se puede reflexionar decir nada; lo que sucede es que una vez demostrado racionalmente y comprendido el misterio trinitario, ya no hay motivo ni razón para ponerlo en evidencia, porque aun cuando la necedad del hombre le da para eso y mucho más, el Ser de Dios y su misterio que encierra intrínsecamente, no va a perder su identidad, y su significado, que lo constituye.
Yo estoy de acuerdo y me parece justo y necesario, que la Iglesia hoy haga teología en torno al misterio de la Trinidad, comprendida como comunión intima entre las tres personas el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven en eterna comunicación e interpenetración, por la cual cada uno convive en el otro, y actúa en el otro donde conservan esa eterna interrelación y coexistencia.
El símbolo trinitario como lo quiere hacer entender Boff, es el modelo de familia, de sociedad que se debe construir y sobre el que debemos vivir. Pues para una sociedad cristiana, comprender el misterio de la trinidad debe ser el mayor reto, sobre el cual se debe erigir el porvenir existencial de cada sujeto, tendiendo presente que éste Dios trino se ha hecho presente en la historia, desde siempre y por siempre, es decir, el Ser de Dios, no es estático sino que se predice de él, ontológicamente hablando —como dijera Heidegger—, Dios ha sido y permanece “Siendo” y “actuando” en la historia de cada hombre y cada mujer, y más aun, ha sido esa presencia del Dios uno y trino la que le ha permitido construir y dar identidad a la historia de hombres y mujeres con todos los fenómenos creaturales que le ha otorgado para que se sirvan.
Es Ése símbolo trinitario, cargado de todo significado, quien se constituye en modelo para la construcción de comunión y comunidad en la iglesia.
Al hablar de la Trinidad los padres han acuñado el termino persona, porque humanamente hablando es constitutivo de la personas vivir en interrelación, y comunicación de su ser cuando interactúan la una con la otra o entre varias. Ellas interactúan o se comunican no solamente por medio de la palabra sino con otros vínculos relacionales que las constituye a cada una. Ahora bien, nuestra cultura es rica o está constituida por una cantidad de símbolos, que nos trasmiten o nos evocan algo, ya que no siempre se hace uso de la palabra, porque en ocasiones se puede tornar ambigua, entonces ellos se convierten en una forma de lenguaje, transmisor de significado para dar sentido la vida de cada sujeto a nivel individual y grupal.
Considero que en muchas ocasiones la comprensión del misterio trinitario, se vuelve confuso e indescifrable, y la gente común —los que no tienen un conocimiento teológico— no logran aterrizar su comprensión, por ello es preciso la simbología, que debe estar al alcance de todos como una forma adecuada para acceder a la comprensión.
No en vano los creyentes que nos han precedido, han adoptado la simbología plasmada en el arte, como un elemento metodológico y pedagógico propicio para la transmisión del mensaje del Evangelio, el cual llegó a ser adoptado en las catequesis. Pues si las palabras resultan a veces demasiado abstractas y su contenido carente de comprensión, la simbología puede resultar más atractiva y significativa a la hora de predicar el mensaje de salvación, por ello las imágenes llegaron a constituirse elemento primordial que acompañaba el uso de la palabra.
El dogma trinitario salvaguarda la unidad de la fe en el misterio trinitario de Dios, pues la armonía en que viven las tres personas de la trinidad, se convierte en mensaje explícito para una lectura viva y actualizada del mensaje de salvación.
En la celebración litúrgica de la iglesia, manifestamos la creencia en la profundidad de este misterio, si decimos que este misterio es armónico nos permite compartir en armonía esa oración especial que celebramos, pues en sí, ella no actúa porque nosotros lo queramos o no cuando oramos en su nombre, sino porque es de suyo, ella no es pasiva sino activa. De otra manera, a ella no la podemos capturar en escena, y tenerla quieta, ya que su acción es constante, es decir su manifestación es frecuente, y si queremos conocerla no podemos nosotros detenernos sino lanzarnos en su búsqueda que nos acerque a los niveles de profundidad que nos permita experimentar.
El misterio de la trinidad como modelo perfecto de comunión es arquetípico para todas las esferas de la vida y existencia humana, familiar, eclesial, social, etc. Pero acoger como modelo y aplicarlo a la vivencia de la vida humana depende de la voluntad, del mismo hombre. Porque como podemos ver hoy, puede ser que con el intelecto captemos muy bien como funciona la comunión trinitaria de Dios, pero resulta muy difícil y sacrificante al momento de poner por obra lo que sabemos. Es evidente, que nos genera malestar porque nos desacomoda, respecto a la forma incoherente como acostumbramos a vivir. Por consiguiente vivir en coherencia con lo que creemos, implica hacer cambios, en primer lugar de estructura mental y de muchos hábitos y costumbres, que nos pueden desestabilizar. Y si queremos hacerlos nos van a obligar a hacer un reordenamiento de la vida.
Si quisiéramos ahondar en el misterio trinitario y abarcarlo en toda su profundidad no lo podríamos hacer, porque es abarcar lo inabarcable, es como cuando conocemos a una persona, cada vez nos resulta más incomprensible y compleja, de donde podemos concluir que se conoce dentro de los límites de la posibilidad, y que el misterio se devela, en sintonía con lo que podemos captar. Ahora bien, Dios se reveló al hombre, por medio de su Hijo en el Espíritu, y le dio la posibilidad de comprender la manera como han convivido y conviven en unión de mutuo amor por toda la eternidad. Y más aun le da la oportunidad de ser y poder vivir a imagen y semejanza suya, es decir lo divinizó, para que este hombre también viva en armonía con Dios.

Atendiendo al misterio sagrado de la doctrina trinitaria, podemos advertir con toda claridad que el ser humano tiene todas las posibilidades y condiciones necesarias, para vivir en unidad consigo mismo y en comunión recíproca con los demás seres, sin los cuales no puede sobrevivir, porque fue creado para que viva en interrelación con un tu, que le da reconocimiento e identidad.
Entonces, así como no podemos hablar de la trinidad como un Dios absoluto, sino un Dios constituido en tres personas consustanciales Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven encomunión, de igual forma no podemos hablar del hombre como individuo aialdo, sino en relación recíproca con un tú, con Dios y con los hermanos, que lo constituyen como persona.


Jorge Salazar